TODO ES VANIDAD

¿Por qué el ayer es tan lejano? ¿Por qué esos momentos pasados se dibujan hoy en mi ente con desgarradora añoranza, con la aflicción que me causa su pérdida? Los observo con la perplejidad con que se observa un sueño al despertar, cuando nos percatamos de que todo era una mera ilusión, la voz de nuestro subconsciente clamando por vivir y hacer realidad sus más fervientes deseos y escapar a las frustraciones del día a día. Al despertar y recobrar la conciencia, sin embargo, nos recuperamos rápidamente de esos pocos segundos de zozobra, tras la confusión que genera regresar al mundo real. El ayer, los recuerdos, en cambio, es mucho más doloroso. Son sucesos que han ocurrido, que han estado en nuestras vidas y han formado parte de nosotros. Al marchar sentimos que morimos un poco; que perdemos algo que creíamos que era inalienable, algo que nada ni nadie nos podía arrebatar. Pero sólo disponemos del momento presente; y el presente es tan efímero como un suspiro. De nada sirve tratar de detenerlo. Huirá, se diluirá como granos de arena entre las rendijas de nuestros dedos, como el reloj de que habla el argentino de Ginebra. Cuando, transcurridos unos años, o siquiera unos meses, echemos la vista atrás, veremos que aquello que una vez fue eterno ya quedó sepultado bajo las pesadas losas del olvido; y la dicha pasada dará lugar a recuerdos, nostalgias y penas.

Algunos buscaremos en la pluma un placebo de la felicidad extraviada; una sangría para convertir los amargos dolores en tristes tintas, sabedores de que ninguna historia, ningún poema, nos traerá de vuelta esas jornadas que huyen río abajo hacia el mismo insondable abismo al que todos nos precipitamos hasta no ser más que polvo, y ni un insignificante recuerdo de nuestro paso por el mundo quede.

Al principio las lágrimas son fieles compañeras; están a nuestro lado, en un inconsolable llanto, mientras nos deshacemos en lamentos, aquejados por tan absurdo destino; nos rebelamos, aún sabedores de que nuestras protestas caerán en el vacío y el tiempo implacable no habrá de escucharlas. Pero al final nos resignamos. Hemos perdido la sonrisa, pero también hemos perdido las lágrimas; estamos secos por dentro, muertos antes de exhalar el último aliento. Asistimos indolentes al resto de nuestras vidas, conscientes de que todo es fugaz, absurdo y perecedero. Conscientes de que todo es vanidad.

Autor: Javier García Sánchez,

desde las tinieblas de mi soledad,

27-12-2016.

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