AÑORANZAS

Hace ya más de diez años que concluí mis estudios de filología clásica. Desde entonces -lo confieso- no he vuelto a tocar nada de historia antigua, más que en la asignatura correspondiente del primer año de la licenciatura de Historia, que me ocupó otra lustro, pero en la cual no pude centrar ya toda mi atención, pues faltaban la literatura y la mitología, por ejemplo; y el profesor que tuve, además, aunque buena persona e inteligente, estaba medio loco y no explicaba.

La pasión por los pueblos antiguos, sin embargo, siempre ha estado ahí. Aunque dormida, de alguna manera eclipsada por nuevas sensaciones, como la historia contemporánea y la literatura española y latinoamericana de los siglos XIX y XX, siempre ha estado pronta a despertar de su letargo con renovado vigor, con nuevas energías después de tan largo descanso. Es así cómo paulatinamente renace la llama; cómo las espinas de la rosa empiezan a despuntar hasta herir y captar la atención de sus víctimas.

Es así que llevo ya algunos meses acordándome de Grecia, de su historia y su mitología; de esa guerra que unió a los helenos contra los persas, como siglos antes los uniera contra la poderosa Ilión, la inexpugnable ciudad que cayó como consecuencia de los amores de una mujer bella que con su hermosura perdió a tan bravos guerreros; de esa guerra fratricida que posteriormente enfrentó a atenienses contra espartanos y cuyo rumbo podría haber variado de no haber  perecido Pericles, aquel gran legislador y estratega que dio su nombre al siglo, pero que no pudo enfrentar las duras acometidas de la peste. Atenas era la polis intelectual, la que nos ha legado toda su importante y valiosa cultura; de ahí procedían pensadores como Sócrates, Platón o Aristóteles, el instructor de Alejandro Magno, que difundiría la lengua y cultura helenas por África y Asia. Esparta, una potencia militar de estrictos valores, donde sólo los más adaptados sobrevivían.

Sé que todo el amor que siento por Grecia es gracias a mi padre, que admira a este pueblo. A través de él hace tiempo que leí la Ilíada y la Odisea, enmarcadas en la caída de la gran ciudad y en el regreso de un de sus héroes. Posteriormente, a modo de complemento, leí a Hesíodo, para formarme una mejor idea de la mitología griega desde sus orígenes. Y con la carrera todo aquello cobró mayor fuerza. La lingüística griega, incuso, me permitió ahondar en cómo se había adaptado a través de la Magna Grecia y de su absorción por el Imperio Romano, imperio al que, paradójicamente, conquistó con su gran saber.

Ahora, después de tantos meses recordando aquellas hermosas enseñanzas, siento con mayor fuerza ese cosquilleo que me llama para que vuelva a gozar con tan didácticas lecturas; para que vuelva a reunirme con Sófocles, Esquilo, Aristófanes y tantos otros pensadores; para que regrese a las raíces que están fuertemente clavadas en mis venas.

Autor: Javier García Sánchez,

desde las tinieblas de mi soledad,

20-06-2017.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s