-¡Hola, cariño! ¡Ya has vuelto! ¡Qué alegría volver a verte! ¡Nos tenías muy preocupados!
De nuevo esa falsedad, ese cinismo. ¿Desde cuándo le importaba una mierda lo que me pudiera pasar? Y la maldita bruja tenía esas dotes innatas para el teatro. No quería ser brusca con ella delante de mí amiga y de mi novio, pero no sabía lo que podría pasar. El día anterior me había hecho el mismo propósito y habían saltado chispas; sin embargo, Raquel lo había pasado muy mal durante mi ausencia, y había recurrido a ella; sólo por eso debía tratar de contenerme.
Mantuve la serenidad y repetí lo que había contado pocos minutos antes. En mi rostro y en el tono de voz procuré que no aflorara ningún sentimiento; en todo caso, el inevitable cansancio.
-Bueno, parece que estos alemanes no son tan salvajes, después de todo. Entonces, en una semana tendréis vía libre para salir del país.
-Sí, pero no sé para qué pueda servirnos. Mi amigq sigue sin responderme.
Procuré que Raquel y Gabi me oyeran cuando decía esto; no quería que se olvidaran de mi decisión de mantener la salida en secreto. Sabía lo astuta que era Tania. Aunque se pusiera al margen, en el último momento nos diría cuánto le dolería separarse de nosotros; y nos pediría acompañarnos.
A aquellas horas de la noche habían cesado los registros. El GSN debía de haberse dado cuenta de su imprudencia; las calles estaban desiertas; no se oía ni el tránsito de un vehículo. No había ni el menor atisbo de la rebelión supuestamente iniciada.
-¡Qué raro! Dijiste que erais muy buenas amigas.
-Y así es. Estoy segura de que, si no me ha respondido, es porque no ha podido. Espero que esté bien. Era una gran persona. De todos modos, la mencioné en el interrogatorio; así que la localizarán; y, de un modo o de otro, tendré noticias suyas.
Pero una cosa, Tania. Perdona la pregunta, pero hay toque de queda. ¿Cómo vas a regresar a tu casa? Se supone que nadie puede andar por las calles de noche. Ya sabes lo estricto que es el régimen.
Quizá no pudiera mostrarme agresiva, pero procuraría lanzarle dardos velados como aquél; indirectas sutiles que le hicieran ver que no era bien recibida. Y, si no las recibía como tales, al menos me permitirían averiguar cuáles eran sus planes
-Tienes razón, querida; no había pensado en eso -respondió, abriendo de un modo exagerado los ojos.-. Cuando Raquel me telefoneó y le noté ese temblor en la voz, decidí venir sin pensarlo dos veces; no reparé en detalles.
-Creo que lo mejor será que te quedes a dormir -terció mi amiga-. ¿Has cenado ya?
-No tengo hambre. En la panadería voy picando. No es saludable, pero me sirve para pasar el tiempo; y cuando terminamos de hablar comí mucho por los nervios.
-Cariño, eres un sol. Esta noche dormirás conmigo; así nos haremos compañía la una a la otra.
Aquello era horrible. ¿Qué le estaba pasando a Raquel? Primero, aquella dependencia hacia mí, que le había hecho angustiarse de aquella manera; después, ese comportamiento tan cariñoso con Tania. No sabía si preocuparme por ella o indignarme por mi mala suerte. En cualquier caso, esa noche tampoco tendría sexo; no me veía capaz con la arpía en casa. Aún suerte si podía dormir.
Autor: Javier García Sánchez,
Desde las tinieblas de mi soledad.
25/06/2019.